domingo, 22 de junio de 2008

Relato onírico

Ahí estaban. Todas las películas que admiraba agrupadas en colecciones a precio de oferta. Terror, terror clásico y suspenso. Noches de adrenalina pura. Cada personaje siniestro en tapa, cada monstruo, todo remitía a una caja de pandora llena de sentimientos e imágenes de su pasado. A su vez, muchas de las películas serían cómplices en su futuro. Se encontraba de pronto observándose a si mismo desde arriba, luego de los costados o al estilo que denotan los planos en caída hollywoodenses. No se preocupó por eso, aunque la tendencia persistiría por un largo tiempo. La alienación de su propio cuerpo, lo tenía sin cuidado. Se dedicó a aprovechar sus diferentes ópticas para observar el lugar en el que se encontraba. Acomodado de manera muy estructural, su entorno parecía un cuadro cubista. Era un cuarto pequeño de cuatro paredes, en 3 de las cuales estaban ubicadas, todos los films que creía haber visto en su vida. No había ninguna película ahí presente que el no hubiese divisado. A excepción de una. Una caja sobresalía de las demás, pero el título era ilegible, no por una cuestión idiomática, sino porque las letras directamente no se veían. Giró su cabeza hacia el mostrador para preguntarle al encargado el nombre de esa película. Un hombre de mediana estatura, pelo castaño y peso importante, le contestó que no tenía idea y que nunca había visto esa caja. Extrañado por la respuesta, dio media vuelta, y divisó un guante en el piso, ubicado entre la intersección de dos paredes y cubierto de palos de escoba, los cuales, se encontraban atornillados a la mitad de los estantes. Se agachó y, como pudo, se abrió paso entre los palos hasta llegar al guante. Una voz interior le aconsejó mirar hacia atrás. Cuando lo hizo, observó la expresión de pánico más real y sincera de su vida. La cara del encargado se deformaba del miedo, sus ojos se abrieron en forma desmesurada, y su boca parecía querer emitir palabras atoradas en su garganta. Así estuvo unos segundos, los suficientes para que el hombre lograse, salir del laberinto de escobas. Apenas lo hizo, escucho las palabras “¡Pelotudo que hiciste!”. El emisor era el encargado, quien salió corriendo del cuarto. Asustado, el hombre tomó el guante y quiso seguirlo. Al salir del cuarto se encontró en un pasillo, el cual no creía haber visto antes, lo que le resultó extraño porque la puerta de salida era la misma que la de entrada, es decir, que si o si había recorrido el pasillo para ingresar al local. De repente, se encontró corriendo por ese pasillo, cuando se produjo en su mente, un efecto de esos, que se sienten al recibir un golpe de los que dejan a uno inconsciente. Tiempo y espacio se modificaron. Se encontró, quien sabe cuanto tiempo después del golpe, en un salón, con sus mejores amigos y, con el encargado del video, quien conservaba el temor en su rostro. En los demás, sus caras reflejaban sorpresa y, claramente ninguno de los ahí presentes tenía la menor idea de que es lo que hacían allí. No había muebles en el lugar y el salón tenía una cúpula gótica como techo y retratos en vidrios de colores abarcaban todo el lugar. La sala daba a varios pasillos, en ninguno se divisaba un final. Luego de salir de su estado atónito, buscó alguna salida, dentro de la sala, sin animarse a caminar por los pasillos, cuyas alfombras rojas, quien sabe por qué, le inspiraban temor. Una voz de ultratumba se sintió con gran potencia, a causa del eco producido por la estructura del salón. La voz, provenía de una estatua que contenía una especie de parlante, y en la que nadie había reparado. La figura, personificaba a un campesino del siglo 18, que se encontraba con un balde en una mano, y un tridente para emparvar en la otra. Algo en la figura resultaba inquietante, la sonrisa diabólica que llevaba en una boca que hablaba mas allá de los sonidos. Perversamente, indicaba que se anticipaba el final de los allí presentes. Anticipo que se hizo explícito, cuando la voz les indicó a las personas que debían superar una prueba para poder vivir. Debían beber de una fuente oculta, antes de que el portador de la voz los alcanzara. Todos empezaron a correr en busca de la fuente. Desesperados se tropezaban contra los inexistentes muebles, corrían juntos y se separaban. Entre los pasillos, una y otra vez aparecían en el salón. El hombre divisaba como, una a una, los presentes parecían ser víctimas de golpes invisibles de aire. Pero estos golpes desvanecían a todo aquel que alcanzasen dejando marcas. Sus mejores amigos caían ensangrentados o con fuertes moretones en su piel. Todos sus miedos se hacían presentes y todas las cosas que disfrutaba en otra realidad aquí lo atormentaban. La pantalla ya no dividía mundos y se encontraba lejos de la seguridad de su sillón. Una ventisca le recorrió la espalda y los escalofríos usurparon todos los poros de su cuerpo. Tropezó, por última vez, cambiando nuevamente de tiempo y espacio.

(Nda: La obra exhibida es: "Composition" de Vassily Kandisk)

1 comentario:

Noelia Santolini dijo...

Buenisimo mauro, me encanto, aunque me dio miedo, jaja. No enserio, buenisimo, me gusto mucho. Espero que nos sigas sorprendiendo con textos como este. Besotes, Noelia