martes, 10 de junio de 2008

Rememorando...

Autóctono

Verano del 2005. El sol, pasado 3 vueltas al reloj pasado el mediodía, quemaba mi espalda. La luz intrusa atravesaba sin ninguna dificultad los vidrios del 405, fortaleciéndose por el vidrio cómplice. . En ambos costados de la ruta, mientras el auto atravesaba la línea imaginaria entre Argentina y Chile, los colores, sonidos y aromas araucanos se esforzaban por subir al podio de la discusión.

- El lado más lindo es el argentino – decía mi hermano -

- El de chile -le retrucaba mi papá -

Los trazos imaginarios hacen parecer tonto al debate, ya que la naturaleza no conoce de geografía política. Eso pensaría ahora…en ese momento recuerdo haber insistido varias veces con que el lado argentino era el mas lindo, quizás mas por nacionalismo que por remitirme a las pruebas.

En plena disputa, todos empezamos a divisar una sombra en el horizonte, que conforme a los metros recorridos, se iba agradando, hasta que alguien interrumpió con un…”Es un mapuche haciendo dedo”.

Decidimos en menos de 20 segundos llevarlo, por lo menos unos kilómetros para que nos cuente historias e interactuar, intercambiando ideas. Cuando el auto se detuvo el hombre se acercó hacia una de las ventanillas.

- Hacia donde viaja, - preguntó mi papá –

- ¿Eh? – dijo el hombre

- ¿Qué hasta donde quiere que lo llevemos?

El hombre respondió lo mismo, evidenciando una sordera y metiendo la cabeza por la ventana del coche, cuando mi papá le habló mas fuerte, algo tenso por la invasión de su espacio y le dijo que se suba, la puerta trasera se abrió permitiendo el ingreso de la persona al auto.

Apenas se sentó con nosotros, Wilbur se subió a sus piernas, “lindo perrito” dijo, a lo que respondimos algo, que nunca nos contestó. No recuerdo que era, seguramente algún comentario de esos que uno exhala, con aire que sobra cuando no se sabe que decir. A todas las preguntas que hicimos luego, el hombre nos respondía con un “hay buena tierra para cultivar papas” o algo por el estilo, con lo que se vieron truncadas todas nuestras intenciones de escuchar historias o mitos de la cordillera.

Quince kilómetros después del abordaje, cuando nadie tenía idea de hasta donde viajaba nuestro huésped, le tocó el hombro y dijo, hasta acá. Recuerdo que en realidad lo dedujimos, como casi todo lo que dijo porque le faltaban todos los dientes y realmente no se le entendía mucho al hablar. Es decir, las dos partes de la comunicación fallábamos como receptores claros.

El auto detuvo su marcha y el hombre dijo algo en lo que todos coincidimos haber oído.

10 pesos – exclamó

Le pedimos por favor que se baje, atónitos, la situación en esos momentos a mi y a mis hermanos nos pareció al menos rara…una persona que hacía dedo y no pagaba porque la lleven, sino que exigía un pago por ser llevada. El extraño personaje bajó del coche, y hoy, al recordar ese hecho, aun me pregunto que será de su vida.

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